sábado, 30 de mayo de 2009

Motivos para perder la inocencia V


El valor de las cosas.
Una moneda
nunca más será
un tesoro en golosinas.


Nares Montero

Motivos para perder la inocencia IV


Los vestidos más bonitos
-esos de princesas y putas-
siempre los llevan otras.

Y peor,
les quedan mejor que a ti.

Nares Montero

Motivos para perder la inocencia III


La intratable mirada
de quien observa a un adulto
ojear cuentos infantiles
y frunce el ceño.
Diabólica arruga proclive al botox.

Nares Montero

Motivos para perder la inocencia II


Habilidad de engaño.
Toda magia
está compuesta
de trucos
imperceptibles (o no)
al ojo humano.


Nares Montero

viernes, 29 de mayo de 2009

Motivos para perder la inocencia I


Por arte de bisagra,
las puertas que se cierran solas
tienen una clara propensión
a no abrirse, nunca, por sí mismas.

Las demás tampoco.


Nares Montero

martes, 26 de mayo de 2009

Sonido distancia

Ando callejones angostos
con las sandalias atadas a los pies como un refugio
y escucho las bocinas de los coches a lo lejos y me confundo.
Qué lejos.
Me pierdo dócil entre montañas de adobe
que bien pudieran ser nidos de pájaros
o un desastre de aglutinamiento de paja y barro al sol.
Recuerdo quizá en algún momento
entre lámparas de cristal y faroles
que eres hombre de oficio, como artesano de luz,
y en la calle, que no es avenida, ni travesía, ni bulevar,
sólo nos vemos de noche, cuando mi gremio despierta.

Allá están las colinas en las que se esconden tus sonidos,
mis pies aprietan el paso y quisieran volar o alzarse
y ver el horizonte donde pudieras estar y no.
Qué lejos.
El desierto me recuerda a ti como un salmo
repetido muchas veces en bajito, susurrándote,
lleno de polvo y espejismos de Gran vía,
o de ombligo o diana, y no soy certera, no tengo puntería.
Se acerca mi cuerpo a ti, ese recuerdo, y late como campana
o campaña perdida pero aun viva, deseosa de posibilidades.
Todo en mi es una súplica como un viento que silba amaneceres.

Tu particular degradado comienza los martes,
exonera, desde el azabache, marengo, plata, perla y blanco, mis cauces.
Suena la distancia que nos separa como un cencerro atado al cuello
de una vaca que se pierde entre las praderas y el crepúsculo.
Qué lejos.
Me niego sentir de lejos.
Ando sonámbula honduras y llanuras,
quizá un reflejo de bosque animado,
o un haz diminuto que te señale la espalda.
La distancia es una duda en la que sólo quiero verte la cara.
Nares Montero

lunes, 18 de mayo de 2009

Adiós Mario, poeta Benedetti.

Miraba de reojo, entre curiosa y aburrida, la carpeta de mi compañera de pupitre. Era costumbre, en esa época, firmar o dedicar unas palabras, no siempre afortunadas en gusto, lírica y estilo, en la carpeta de los compañeros. Luego enseñabas con gracia, descaro o pudor, según fuera la dedicatoria, la carpeta a todo bicho viviente.
Yo contaba con poco menos de 15 años y como he dicho miraba entre aburrida y curiosa. Entre los habituales piropos, había escondida una pequeña poesía que llamó mi atención, decía lo siguiente:

El olvido no es victoria,
sobre el mal ni sobre nada
y si es la forma velada
de olvidarse de la historia,
para eso está la memoria
que se abre de par en par
en busca de algún lugar
que devuelva lo perdido.
No olvida quien finge olvido
si no quién puede olvidar.

Abajo solo ponía M. Benedetti.


Fue la primera poesía que me aprendí de memoria por puro gusto y no sólo eso si no que fue la primera poesía que recité en público, en una clase de teatro. Después he recitado unas cuantas y espero seguir haciéndolo por mucho, mucho tiempo. Comencé a comprame y a buscar libros suyos compulsivamente y mi primer blog se llamaba "No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes" que es el primer verso de mi poema favorito "A la izquierda del roble".




Mi gran ilusión durante mucho tiempo fue poder conocerle para poder decirle: Viejito, tu me enamoraste con 15 y hago lo que hago, escribo lo que escribo, por ti.

Mario Benedetti se convirtió en un referente, en un imprescindible que robé de la carpeta de una compañera. Después de él vinieron otros, muchos otros poetas, pero nunca he devorado con tanta ansia, con tanta lucidez, ilusión y esperanza adolescente, otras letras. Existen muchas personas a las que admiro pero Mario Benedetti me enseñó que la belleza de lo cotidiano es imprescindible, que la poesía es plural y plebeya, y que no necesita una élite para defenderla, porque todos, absolutamente todos y todo lo que hay en el mundo es susceptible de ser poesía.

Voy a seguir conociéndole palabra por palabra, pero no puedo evitar que hoy, lágrima a lágrima, se me escape la tristeza por dejar de ser compañera de un mundo sin él.

Nares Montero

viernes, 15 de mayo de 2009

Piezas de ciudad

pasión:
(Del
lat. passĭo, -ōnis, y este calco del gr. πáάθος).
1. f. Acción de padecer.
2. f. por antonom. pasión de Jesucristo.
3. f. Lo contrario a la acción.
4. f. Estado pasivo en el sujeto.
5. f. Perturbación o afecto desordenado del ánimo.
6. f. Inclinación o preferencia muy vivas de alguien a otra persona.
7. f. Apetito o afición vehemente a algo.
~ de ánimo.
1. f. Tristeza, depresión, abatimiento, desconsuelo.
Ella
Camina ausente la Gran Vía devorando con la mirada lo que la come por dentro. Banda sonora, piensa, banda sonora. Tararea el taconeo mientras rugen los motores y las bocinas con dientes. Esquiva transeúntes como en un baile deforme y disparado. Todo tiembla. A veces la ciudad parece romperse en piezas o zafarse de la funcionalidad y la praxis. La plaza de Callao se convierte en un cuadro policromado de Picasso y ella se quiebra discreta en un suspiro opíparo. Contiene la respiración siete pasos y por delante la acera se estrecha en un túnel de andamios.

Él
Hurga su cotidianeidad con la esperanza y el temor de una implosión. Un segundo después no. No espera y si una visita, no espera y si. Las certezas se ciernen sobre las sienes como agujas sí no tienen tiempo concreto. Espera pues, y no. El reducto anguloso que habita las horas de trabajo se agranda y achica como un corazón que late. Taquicardia, estamos vivos. Las paredes negras son refugio y desmayo, una excusa, un domingo por la tarde, un viento que arrecia desbocado, una cereza en la boca, un universo paralelo, un frasco que guarda el perfume de otro encuentro. El que espera y no. Al que tiene miedo.

Ella
Repasa palabras de un discurso deshabitado y azul. Ya ha llegado. La ciudad se pliega como un papel de aluminio que guarda en el bolsillo derecho. Silencia sus instintos caníbales y abre la puerta como quien garabatea distraído el último crepúsculo.

Él
Vuelve la cabeza. Vislumbra recortada su silueta entre el umbral y los postigos de la locura. Ya está aquí. Este es el tiempo entre la espera y no. Traga el nudo de saliva y muerde la lengua que susurra palabras inconexas sobre una belleza intermitente e hipnótica.

Ellos
Se saludan entre una adolescencia ávida y una vejez cauta. Parpadea el aire y se llena el espacio de palabras de cotorra o gallina clueca. Datos y más datos. Eso rebaja el tiempo de carencia, el asedio de la astenia, el periodo de abstinencia. Han vuelto sobre sus pasos y bajo sus besos a la zona de seguridad. Juegan a guardar las apariencias, qué bien se les dan.

Ella
Guarda silencios pequeños y baila el bolígrafo entre los dedos. Se acicala discreta el pelo y mira distraída un cristal que a ratos le parece nuevo.

Él
Evita mirarla directo por temor a destruirla. Escucha y resuelve quedarse en la tercera palabra de sus frases. Esa que le hace la boca pequeña e infantil.

Ellos
Bailan una rutina hecha a base de convenios, ambages y pactos silenciosos. Se dan directrices concretas y coordenadas de situación, la clave es no separarse aunque a veces mientan. Terminó la jornada pero no la noche. Esa apenas despierta y les está esperando. Una falsa espontaneidad les envuelve, juegan al escondite en un taxi que les lleva a la periferia. Él no pregunta y ella no habla del desierto. Prefieren esta distancia de paraíso en flor, de espejismo onírico, de vergel difuso y chirimiri. Llegan a un Madrid de barrio, calle cortada, ausencia de tráfico pero no de armas.

Ella
Se ve princesa del local descolorido, de las sillas astilladas, de las cáscaras de pipas.

Él
Observa taciturno y se desenvuelve ágil en liar cigarrillos y naufragios.

Ellos
Disfrutan los segundos lentos. Vienen y van las copas. Vienen llenas de tiempo como una esperanza interminable y van vacías de líquido y respuestas. Confiados despachan uno a uno los botes salvavidas, las personas pintadas en las paredes y la barra, sogas que les ahogan y les liberan. Todos no, queda uno. Un madero que flota y les acompaña, un chaleco antibalas, el metacrilato oportuno entre los dos cuerpos, un paciente observador que media y no respeta el silencio ni las miradas. Mal papel para un cuerdo. El tiempo y el alcohol son una pareja descarada que nubla y acerca, señala y oxigena, ampara y desata. Buen papel el de ese cuerdo que logra mantener cierta distancia de seguridad entre él y ella.
Deciden un último capricho, una prorroga de tiempo que les permita desmarcarse de despedidas. La cosa era no separarse. Asienten ante una última y desesperada excusa que les mantenga vivos y juntos, aunque no solos. A veces sólo eso es suficiente.

Ella
Aguarda una señal y ríe ebria e inocente.

Él
Mira discreto, decide a tiempo la retirada. Otro taxi para esconderse, en él arruga servilletas para no tocarla.

Ella
Quiere que se detenga el tiempo, pero se detiene el taxi en la primera parada.

Él
Se despide sin alardes. Un solo beso que son miles y un segundo. Cuatro labios al unísono creen explotar y ser metralla.


Ellos
Saben que habrá otras noches y las esperan como a la muerte, inevitablemente.

Nares Montero


(Imagen Pablo Picasso)

domingo, 10 de mayo de 2009

Envases

Dicen que exagero los recuerdos. Los magnifico y los convierto en una explosión descontrolada de fuegos, artificios y metralla.

A mi la metralla de los recuerdos me hace daño, claro, pero guardo esos pedazos de hierro como reliquias, como pequeños tesoros unipersonales. Así tengo cajas llenas de cosas inservibles. A veces pierdo en mi despiste cosas importantes, o lo que para otros pudieran ser cosas importantes, pendientes (solo uno de cada par), prendas de organdí y seda, abrigos, carteras, billetes, aviones...

Pierdo casi todo menos mis recuerdos y esos fetiches sin uso que guardo en cajas. Las últimas adquisiciones bien podrían servir como recipientes para lágrimas, pero como ya he dicho antes no los guardo con una utilidad específica. Recuerdo que una vez llegué a guardar por mucho tiempo un vaso de un restaurante de comida rápida porque en él bebió la persona de la que creí estar enamorada. Es increíble que a día de hoy siga haciendo esas excentricidades de adolescente.

Inventario:
Me llevé, una botella vacía
para acariciarla como una lámpara
con un genio suicida dentro,
un frasco de caramelos
que podrían ser pastillas para no dormir
la noche que nos comíamos a besos,
una foto donde te robé la sonrisa
mientras tú me quitabas el sueño.
Hoy quisiera contar las horas
que han de darme un nuevo recuerdo
o un utensilio obsoleto de esperanzas
pero lleno de momentos.



Nares Montero
(Porque hay canciones que están escritas para ti y para ese momento concreto, o casi)

jueves, 7 de mayo de 2009

Hermandad



Cuando lees te sale la voz de un estuche nacarado
que llevas como un camafeo prendido al pecho.

Dices, desdichada, con voz de alondra y primavera:
-Préstame tus manos de liar batallas,
las mías están torpes de otras guerras.

Yo quedo quieta escuchando esa voz ensortijada
pensando que no es tuya, que sólo es máscara.

Yo sé que del vientre te salen sonidos roncos
como reproches de muerto que apaciguas de noche
y riegas de un dolor anónimo y astillado.

Yo sé que sangras por dentro,
como un bolígrafo despuntado en el bolso,
como un pájaro muerto en su jaula,
como un misil que explota el océano, pero te callas.

Sale esa voz pasajera que despierta cuando lees en voz alta
y haces que viajen veloces palabras férreas, como sin vocales.

Dices, triste, al horizonte de tejados:
-Si no me matas, no me suicido en vida.
Prefiero suicidarme en muerte y seguir viviendo aunque agonice.

Yo quedo quieta en otro lado haciendo del ritual fetiche,
pensando que la voz te sale del pecho y de las vísceras las palabras.

Yo sé que es complicado mirar alrededor y ver algo,
más allá de tu clara oscuridad de estrella y milagro lóbrego,
que anuncia en titulares su desaparición en partículas.

Yo sé que a veces nos encontramos
como al otro lado del espejo de niebla,
como el dinero de un rescate a tiempo,
como un jardín que florece y nos está esperando.

Entonces, no hay voz ni penas, sólo nos cogemos de la mano.



Nares Montero



a K, Q y Lk

martes, 5 de mayo de 2009

La sombra


A veces tiento, guarida,

que no estás sola en tu oquedad.


Nares Montero


Imagen de N. Montero Paseo del prado 2008

domingo, 3 de mayo de 2009

Vida


Cuantas más palabras, más símbolos, más significados y acepciones,
cuantos más fonemas, más complicaciones.
Más difícil escribir versos que te describan, vida.
No me ofusco en encerrarte, clausurarte, enmarañarte en caracteres,
en sueños, formalidades o papeles.
No busco significarte, poner nombre a tus pasos, vuelos, saltos.
No quiero tenerte sólo entre mis manos.
No huyas vida, no te alejes, no distancies tu aroma,
no inventes por la tangente salidas, no diverjas, no te exilies.
Viva vida, libre vida, vuela vida, linda vida.
Haz lo que te plazca sin tener en cuenta mis letras, mis voces,
pero por favor no me dejes sola en esta vida.

Nares Montero

sábado, 2 de mayo de 2009

La sangre impresiona

Hace días que no salgo de casa, estoy es un estado semi-catatónico y pijamil.
Para no ocupar todo el tiempo libre que tengo en repasar y dar vueltas a mis problemas, como si fueran la rueda de un hámster y yo el roedor en cuestión, el otro día desempolvé los juegos que tenía guardados para PC, ya que el poemario nuevo ha decidido estancarse y no anda porque quizá le he puesto ruedas cuadradas (...en fin).
El caso es que resucité los juegos del ordenador y me decidí por uno que, por su temática, pensé sería el mejor para aislarme del mundo.
En el juego soy una elfa (toda buenorra) que se va cargando a orcos, esqueletos, gigantes, minotauros, hombres de las nieves, feroces bestias salvajes entre otras criaturas maléficas, feas, tontas (esto lo digo yo, por que hay que ser muy tonto para ser un orco pudiendo ser una elfa buenorra) e innombrables.
Se me pasa el tiempo volando, a veces me da la sensación de haber andado lo mismo que mi personaje con la diferencia de que a mi en vez de dolerme los pies, se me duerme la mano derecha de tenerla en el ratón y se resienten las lumbares.
No sé si estoy mayor o muy viciada.
Me han ocurrido varias cosas curiosas jugando, la primera de ellas es que cuando me acerco a una zona con tumbas siempre se me ponen los pelos de punta. En la vida real no me pasa, lo juro, de hecho los cementerios me encantan para hacer fotografías y estar tranquila, pero en el juego lo llevo fatal. Me da yuyu, que le voy a hacer?
Otra de las cosas ha hecho que "La madre de la artista" y yo nos hayamos reído de lo lindo esta tarde, y es que cuando he completado una de las campañas del juego se ha abierto un portal mágico que me tele transporta, es decir tele transporta a mi personaje, a otro lugar clave en el mapa de ese mundo fantástico, ni corta ni perezosa me he dispuesto a cruzar el portal orgullosa de la cantidad de bichos y alimañas que me acababa de cargar yo solita, así que subida a lomos de un lindo corcel negro he cruzado al otro lado. Poneos en situación, me encuentro con un montón de asesinos que se lanzan sobre mi. pero un montón, muchos, o mejor dicho muchiiismos. Ese no ha sido el mayor problema, ya he dicho que yo he cruzado el portal con la moral muy alta, si no que apenas a 10 cm (entendamos que es medida pantalla de PC) había un enorme, gigantesco, descomunal, increíble y muy muy muy espeluznante dragón.
He pegado un chillidito agudo (muy vergonzoso) y he dicho ¡Pies pa' qué os quierooOoOoO! (con desafine incluido) y he vuelto al portal tele transportador más veloz que Fernando Alonso, Fonsi Nieto y Michael Johnson juntos. En esas me he debido llevar conmigo a unos cuantos rufianes de los que le acompañaban porque mientras se cargaba la pantalla y yo resoplaba de felicidad, pensando que donde volvía ya los había aniquilado a todos, el juego ha debido decir: No, no, no! (con soniquete porculero) y me he encontrado a todos y cada uno (incluso alguno más diría yo) esperándome armados hasta lo dientes. Casi no la cuento. Pero a esos ya me los había cargado antes y esta vez he hecho lo propio. Huir no era una opción (sobre todo teniendo en cuenta que la única huida posible era a las abrasantes fauces del dragón de los piiii).
Una vez todo en orden y en un intento por salvar la partida donde estaba, dados mis grandes avances (o lo que para mi eran grandes avances), he entrado en la pantalla de opciones del juego. Opciones de sonido, de visión, de gráfico, de efectos, etc. Curiosamente me he percatado de que los que habían diseñado el juego (supongo) entienden la vulnerabilidad de sus posibles usuarios y habían puesto como desactivada la opción de sangre. En un alarde de rudeza la he activado sin pensarlo demasiado. Al principio me ha hecho gracia, ni siquiera es un juego demasiado realista (teniendo en cuenta la temática) pero al cabo de un rato me quedaba mirando cuanto tiempo tardaba en esfumarse la mancha roja de cada uno de mis oponentes. Me he fijado también que antes del gran charco, en cada espadazo o flechazo, el cuerpo de cada criatura salpicaba graciosamente el suelo, con una marquitas que eran las primeras señales de su inminente muerte por causa de mis mandobles y puntería.
De repente me he dado cuenta que estaba llorando mientras asestaba, con mi espada superpotente y colosal, a un pobre pero enorme orco. He puesto el juego en pause y he llorado desconsoladamente a esa mancha roja que no acababa de desaparecer.
Debo darle la razón a la persona con más profesiones del mundo (y todas ciertas), en realidad no sufro de falta de sensibilidad. Soy impresionable y vulnerable aunque a veces algo se desconecte en mi para no producir un cataclismo.
Y es que, a veces, la sangre impresiona.
Nares Montero