martes, 26 de mayo de 2009

Sonido distancia

Ando callejones angostos
con las sandalias atadas a los pies como un refugio
y escucho las bocinas de los coches a lo lejos y me confundo.
Qué lejos.
Me pierdo dócil entre montañas de adobe
que bien pudieran ser nidos de pájaros
o un desastre de aglutinamiento de paja y barro al sol.
Recuerdo quizá en algún momento
entre lámparas de cristal y faroles
que eres hombre de oficio, como artesano de luz,
y en la calle, que no es avenida, ni travesía, ni bulevar,
sólo nos vemos de noche, cuando mi gremio despierta.

Allá están las colinas en las que se esconden tus sonidos,
mis pies aprietan el paso y quisieran volar o alzarse
y ver el horizonte donde pudieras estar y no.
Qué lejos.
El desierto me recuerda a ti como un salmo
repetido muchas veces en bajito, susurrándote,
lleno de polvo y espejismos de Gran vía,
o de ombligo o diana, y no soy certera, no tengo puntería.
Se acerca mi cuerpo a ti, ese recuerdo, y late como campana
o campaña perdida pero aun viva, deseosa de posibilidades.
Todo en mi es una súplica como un viento que silba amaneceres.

Tu particular degradado comienza los martes,
exonera, desde el azabache, marengo, plata, perla y blanco, mis cauces.
Suena la distancia que nos separa como un cencerro atado al cuello
de una vaca que se pierde entre las praderas y el crepúsculo.
Qué lejos.
Me niego sentir de lejos.
Ando sonámbula honduras y llanuras,
quizá un reflejo de bosque animado,
o un haz diminuto que te señale la espalda.
La distancia es una duda en la que sólo quiero verte la cara.
Nares Montero

2 comentarios:

__ dijo...

Veo que los has pasado bien, y lo más alucinante las bocinas, los continuos pitidos que dan vida a raudales a la ciudad.

Besos y suerte, Ignacio

Jose Zúñiga dijo...

Bonitas elipsis. Bonito poema.