viernes, 24 de julio de 2009

Los misterios de la máquina de escribir IV: Cruel Infancia.


Lleva un vestido azul donde se ven dibujadas lindas cabezas de oca con el pico anaranjado que miran a ambos lados. Sus piernas aparecen desde la rodilla como un terreno desolado hasta el calcetín que por la mañana fue blanco. Los rizos rubios se tropiezan con su nariz menuda cuando corre hacia la casa con algo entre las manos.

Llega con la cara rosa y exhalando vida. Se sienta en los escalones de la puerta que da al huerto.

Mira entre sus dedos. El pájaro no deja de piar en un intento vano por zafarse y escapar.

Es suave, piensa. Es suave e indefenso. Se produce un imperioso deseo de abrazarlo con fuerza, de protegerlo, de no soltarlo nunca. O quizá, lanzarlo al aire y que por arte de magia quede un instante suspendido, despliegue sus alas, pare el tiempo. Un instante nítido, líquido, denso. Y vuelva a sus manos refugio, a su calor de manos blancas, a su infantil jaula.

Tanto rato apretado contra el pecho el pájaro no respira, yace muerto.

Atrapado en alambres de hueso.

La niña mira el pequeño cadaver sin entender. Lo mira quietito, aún caliente, plumón perfecto. Perfecto en sus manos vandeja. Voló.

Quizá después, a la noche, en un momento, apenas un segundo después - o eterno - se le olvide el pájaro oculto bajo un puñado de tierra ritual, tierra sacramento, y juegue libre con su cometa, pero ahora, en este instante de calor de manos, antes de la noche de calor de colcha, siente un escalofrío dulce, como de muerte cerca.

Nares Montero

2 comentarios:

Jose Zúñiga dijo...

Hola, Nares!
Voy a leer estos misterios, que hasta ahora no he podido (cosas de la tecnología punta)

Verónica dijo...

Estoy de acuerdo contigo: la infancia es la época vital más cruel.

Bello relato e inmensa fotografía.