viernes, 15 de mayo de 2009

Piezas de ciudad

pasión:
(Del
lat. passĭo, -ōnis, y este calco del gr. πáάθος).
1. f. Acción de padecer.
2. f. por antonom. pasión de Jesucristo.
3. f. Lo contrario a la acción.
4. f. Estado pasivo en el sujeto.
5. f. Perturbación o afecto desordenado del ánimo.
6. f. Inclinación o preferencia muy vivas de alguien a otra persona.
7. f. Apetito o afición vehemente a algo.
~ de ánimo.
1. f. Tristeza, depresión, abatimiento, desconsuelo.
Ella
Camina ausente la Gran Vía devorando con la mirada lo que la come por dentro. Banda sonora, piensa, banda sonora. Tararea el taconeo mientras rugen los motores y las bocinas con dientes. Esquiva transeúntes como en un baile deforme y disparado. Todo tiembla. A veces la ciudad parece romperse en piezas o zafarse de la funcionalidad y la praxis. La plaza de Callao se convierte en un cuadro policromado de Picasso y ella se quiebra discreta en un suspiro opíparo. Contiene la respiración siete pasos y por delante la acera se estrecha en un túnel de andamios.

Él
Hurga su cotidianeidad con la esperanza y el temor de una implosión. Un segundo después no. No espera y si una visita, no espera y si. Las certezas se ciernen sobre las sienes como agujas sí no tienen tiempo concreto. Espera pues, y no. El reducto anguloso que habita las horas de trabajo se agranda y achica como un corazón que late. Taquicardia, estamos vivos. Las paredes negras son refugio y desmayo, una excusa, un domingo por la tarde, un viento que arrecia desbocado, una cereza en la boca, un universo paralelo, un frasco que guarda el perfume de otro encuentro. El que espera y no. Al que tiene miedo.

Ella
Repasa palabras de un discurso deshabitado y azul. Ya ha llegado. La ciudad se pliega como un papel de aluminio que guarda en el bolsillo derecho. Silencia sus instintos caníbales y abre la puerta como quien garabatea distraído el último crepúsculo.

Él
Vuelve la cabeza. Vislumbra recortada su silueta entre el umbral y los postigos de la locura. Ya está aquí. Este es el tiempo entre la espera y no. Traga el nudo de saliva y muerde la lengua que susurra palabras inconexas sobre una belleza intermitente e hipnótica.

Ellos
Se saludan entre una adolescencia ávida y una vejez cauta. Parpadea el aire y se llena el espacio de palabras de cotorra o gallina clueca. Datos y más datos. Eso rebaja el tiempo de carencia, el asedio de la astenia, el periodo de abstinencia. Han vuelto sobre sus pasos y bajo sus besos a la zona de seguridad. Juegan a guardar las apariencias, qué bien se les dan.

Ella
Guarda silencios pequeños y baila el bolígrafo entre los dedos. Se acicala discreta el pelo y mira distraída un cristal que a ratos le parece nuevo.

Él
Evita mirarla directo por temor a destruirla. Escucha y resuelve quedarse en la tercera palabra de sus frases. Esa que le hace la boca pequeña e infantil.

Ellos
Bailan una rutina hecha a base de convenios, ambages y pactos silenciosos. Se dan directrices concretas y coordenadas de situación, la clave es no separarse aunque a veces mientan. Terminó la jornada pero no la noche. Esa apenas despierta y les está esperando. Una falsa espontaneidad les envuelve, juegan al escondite en un taxi que les lleva a la periferia. Él no pregunta y ella no habla del desierto. Prefieren esta distancia de paraíso en flor, de espejismo onírico, de vergel difuso y chirimiri. Llegan a un Madrid de barrio, calle cortada, ausencia de tráfico pero no de armas.

Ella
Se ve princesa del local descolorido, de las sillas astilladas, de las cáscaras de pipas.

Él
Observa taciturno y se desenvuelve ágil en liar cigarrillos y naufragios.

Ellos
Disfrutan los segundos lentos. Vienen y van las copas. Vienen llenas de tiempo como una esperanza interminable y van vacías de líquido y respuestas. Confiados despachan uno a uno los botes salvavidas, las personas pintadas en las paredes y la barra, sogas que les ahogan y les liberan. Todos no, queda uno. Un madero que flota y les acompaña, un chaleco antibalas, el metacrilato oportuno entre los dos cuerpos, un paciente observador que media y no respeta el silencio ni las miradas. Mal papel para un cuerdo. El tiempo y el alcohol son una pareja descarada que nubla y acerca, señala y oxigena, ampara y desata. Buen papel el de ese cuerdo que logra mantener cierta distancia de seguridad entre él y ella.
Deciden un último capricho, una prorroga de tiempo que les permita desmarcarse de despedidas. La cosa era no separarse. Asienten ante una última y desesperada excusa que les mantenga vivos y juntos, aunque no solos. A veces sólo eso es suficiente.

Ella
Aguarda una señal y ríe ebria e inocente.

Él
Mira discreto, decide a tiempo la retirada. Otro taxi para esconderse, en él arruga servilletas para no tocarla.

Ella
Quiere que se detenga el tiempo, pero se detiene el taxi en la primera parada.

Él
Se despide sin alardes. Un solo beso que son miles y un segundo. Cuatro labios al unísono creen explotar y ser metralla.


Ellos
Saben que habrá otras noches y las esperan como a la muerte, inevitablemente.

Nares Montero


(Imagen Pablo Picasso)

1 comentario:

kika... dijo...

bravo Nares!

no me gusta decir eso de "lo mejor que has escrito", pero...

(lo digo a trozos,
bajito,
con susto
y
sin
miedo)

besos
K