
No voy a convencerte
de que el tamborileo
que ejecuto
en tu cama
es involuntario.
Es el mismo que escuchas
cuando escribo o cuando poso
las yemas de los dedos
en las invisibles teclas
de las mesas de madera
en los bares con moqueta.
Comienza con un roce
de piel curtida y nudos
que voy deshaciendo
reconociendo en mi o
en los ojos ocultos que nos miran
como el merodeo del gato
ante las sobras de la cena.
Continúa en el puntilleo eléctrico
que tanto te excita
de la lluvia en los cristales
en
ese
momento
del día
en que los niños
dan palmas sordas
únicamente
con sus dedos índices.
Entonces, poco a poco,
se van uniendo más dedos, amor,
de más niños invisibles,
hasta la palmada completa
PLAS!
el relámpago
que niegas y reconoces
en tu cama y en mis poemas,
respectivamente,
cuando todo acaba.
Poema y dibujo de Nares Montero