viernes, 4 de diciembre de 2009

Tiempo a destiempo mira como tiemblo.

Madrid 4 de diciembre de 2009

Querida Queens!

A pesar del ruidoso ajetreo reinante en el departamento de contabilidad de esta empresa situada en el barrio de salamanca, en la quinta planta del sector interior, en la segunda mesa o la tercera, según de donde se venga, de la segunda fila, casi, casi en el centro de esta pecera asfixiante, se ha creado una burbuja que guarda el tiempo y el aire que atesoró, como una hormiga, su habitante, discreta y callada. Ahora no la inundan los papeles, los sortea o los tira por las ventanas como panfletos, propaganda o confeti, y disimula en su silencio una sonrisa tramposa de “ya acabé” o “hasta aquí lo que se daba”.
Aún tiene que aguantar unas horas a que el candado del reloj deje abrir la puerta al viernes y a la luz natural, y te escribe, y escribe, desde una esperanza creada a base de impulsos, de pequeños ticktequeos y algún que otro estornudo traidor:

Cuando llegué ayer a ese hogar-epicentro que llamamos Libertad 8 estaba desierto. Quiero decir sin nadie. Del suelo nacían las sillas como cactus y la excepción se escondía y trasteaba con botellas como un jerbo egipcio trastea las dunas en la noche.
- Julián! Julián! Ponme una cerveza, ¿Cómo es que no hay nadie? ¿Es aquí el recital? ¿Me habré confundido yo de tarde?
Al cabo llegaron dos personas despistadas y las sillas volvieron a su estado natural, como si nunca hubieran sido un oasis, después el protagonista de la tarde, Jose Luis Zuñiga, azorado y con un desasosiego en la manga izquierda de la chaqueta que le instaba a hacerlo todo raudo y a la vez y repitiendo: Menudo atasco! Y qué cabreo! Menudo atasco!
Se veía casi como Visnú, la diosa omnipresente hindú, con tanto brazo sin saber que hacer con ellos. Presentaba, a pesar de tanta prisa, a tiempo, su libro “Tiempo a destiempo”. Y su María Pasión danzaba entre la gente saludando entusiasmada con esas manos de dar rienda suelta a los abrazos.
Como ya te comenté Zuñi (a partir de ahora) me había pedido a mano armada, como después él mismo dijo, que le recitara unos poemas.
En dos semanas, dos veces, dos poemas cada vez, mismo escenario y modelito, quizá no es casualidad. Sospecho que ese escenario siempre me hará temblar.
Zuñi soberbio, como un trino que canta en una pajarera gigante labrada a mano. Una artesanía perfecta con ese resquicio al miedo y a lo ácido, al humor amargo de un gin tónic. Hablamos lo que pudimos después. Después nunca es suficiente, pero a veces ay! A veces.

Había quedado con Antuán, eso también lo sabes, pero se nos sumó alguien interesante que no nos dejó hablar demasiado, pero tradujo la historia a un tiempo cercano y hablaba él, interesante él, hablaba y hablaba, tanto como un pez sediento. Al tiempo nos escapábamos, sin perder ripio a nuestro nuevo amigo, por supuesto, por turnos primero Antuán, después yo a escuchar el concierto de Fede Comín y Elena Bugedo (BBC y los minicomponentes) que son exquisitamente tiernos y sensibles. Sus canciones, son como un delicado baile infantil, un juego en susurros, y a ti que sonríes como el paso de los pajaritos y eres una milonga esponjosa seguro que te gustarían.

En esas andábamos cuando por la puerta apareció ese hombre que aún no sabe que soy la mujer de su vida. Tiene muchas virtudes pero su defecto más evidente es no saber, no saber, que soy yo y no otra, la mujer de su vida. Disimulé con tanta maestría que hay quién diría que anoche ese pudo ser mi oficio. Entró, echó un vistazo a la sala y volvió a la barra con un séquito de faunos que era toda una fauna, salvaje y desbocada. Al volver, nos miramos como de lado, indigentes. Yo pensando que no me reconocería y él… qué se yo que estaría él pensando… y qué me importa!. Con un rápido movimiento de cabeza volvió a mirarme como cerciorándose que efectivamente, era yo, era yo y no otra, y me saludó tímido con un “Hola ¿Qué tal estás?” y dos besos. Dos besos, que yo de muy buen grado hubiera transformado en uno, si no fuera porque en estos tiempos no quiero ir de ese palo y prefiero jugar a la distancia de una copa de vino. Se colocó de espaldas, estoy convencida que a propósito, nocturnidad y alevosía, aunque mi agravante es aún peor: facilidad “ilusionante”, crear cuentos y ponzoñas fantasiosas. De vez en cuando volvía la cabeza como quién busca en su hombro un hormiguero o un copo de nieve y yo sabía (quería saber) que me observaba desde su nuca bien perfilada, su cuello subido, la comisura de su boca. Hubo un momento en que intercambié mi pseudo-tarjeta de contacto con el interesante pez hablador y tuve que decir mi nombre en alto para especificar que un dato faltaba en el trozo de cartón. En ese momento ocurrió. Nada nuevo ni perfecto, nada relevante o selecto. Fue sólo un gesto de esos imperceptibles pero significativos. Con el gesto, subrayó mi nombre, corroboró sus datos mentales, miró de soslayo travieso, confirmando esos comentarios sueltos que voy dejando en su diario. Después, no paso mucho más, alguna que otra mirada parecida, un deslizamiento sutil para quedar frente a mí en vez de espaldas y alguna que otra fantasía que me inventaba ilusionada. Al irme no me despedí, aproveché un momento en que revisaba la trastienda del local, no fuera a sospechar que ando enamorada. Nada más lejos de la realidad!

Ahora te dejo, porque lo demás fue dormir y callar y espero verte pronto y poder decirte tantas cosas… que aún no he mencionado.

Te quiere, tu amiga.

Nares Montero

1 comentario:

Jose Zúñiga dijo...

Ay, Nares, y yo distrayéndote de tus quehaceres... Bueno, al final el oasis se pobló de tanta gente que faltaba agua. No fue un espejismo. El atasco, tampoco.
Y tú, y tus rojos zapatos, mucho menos.
Escribo, Bss.