miércoles, 7 de enero de 2009

Yo soy del 15% que prefiere a Gaspar.

Miraba desde el balcón y en pijama. La calle anunciaba, en una espera eterna, húmeda y excitante, la llegada de los tres. Pero en concreto sólo uno me interesaba. El primero. Me embriagaba esa barba blanca, aterciopelada. Tengo un recuerdo muy claro de ese día. La abuela protestaba la impúdica desnudez de la niña en el balcón.
- Pero, Ignacio!- le decía casi gritando- ponle algo a esa niña. Sois imposibles. Los dos iguales. Tú y ella. Pero lo tuyo es peor, porque ella sólo es una niña. ¿Quieres ponerla algo? Por Dios!- Solía blasfemar sin pensarlo, porque rezar era un acto común. Lo hacía sin pensar y sobre todo para no pensar.
Mi abuelo no se resistía a quitarse de mi lado aunque pensara también en mi chaqueta. Yo no. Yo pensaba en que era una suerte que el primero fuera el mío. Más mío que cualquier otro. Más mío que yo. Apenas me separarían unos centímetros me imaginaba, desde la baranda su cabeza de nieve cálida.
No recuerdo bien que pasó después. Les vi supongo. Vi acercarse al balcón su mano envuelta en un guante blanco o quizá no. Fui a dormir excitada, nerviosa. La ilusión salía por cada poro de esa niña con gafas rojas y ojos de curuca enjaulada.
Me despertó el bao del aliento. Las mañanas de invierno en esa casa eran de leña. Calurosas sólo en un lugar concreto, donde los mofletes se ponen colorados y las piernas pican a la lumbre. Pesaban las mantas siempre. Y en el colchón de lana se quedaba tu silueta marcada mejor que en la viscolástica moderna. Salté y descalza me fui al rellano.
- ¿Dónde va esa niña descalza?- aguda la voz se quedó atrapada en los visillos de ganchillo con pájaros y quién sabe que más agujeritos.
Había una caja pequeña, como de tesoro antiguo, o retro que se diría ahora. La desenvolví creo, porque no recuerdo siquiera el papel.
- Melchor no te traerá nada- había repetido el abuelo con esa sorna del que hace una travesura y sabe que le descubrirán pronto.
Y lo repetía mientras yo me reía nerviosa en el balcón. No quería creerle.
- Te traerá carbón!- decía una y otra vez con la sonrisa entre los dientes sin dejar que llegara hasta sus labios.
- Que no! Que no! No es verdad!- repetía esa niña que ya no sé si era yo.
El abuelo se había confundido. Melchor se acordó de mí. Yo lo sabía. Me había mirado a los ojos.
Mi madre miraba desde el quicio de la puerta, algo incrédula diría. Yo la recuerdo delgada con un jersey de lana y sus manos suaves, como de mantequilla, su nariz puntiaguda y helada se torcía hacía un lado cuando me miraba de aquella manera, tan tierna. Qué de amor cabía en ese cuerpo tan pequeño! Qué de fuerza!. Yo abrí la caja menuda despacio temiendo que algo increíble y misterioso se rompiera.

Ayer recordaba esa noche mientras caminaba por Lavapiés buscando el cajero más cercano. Nunca llevo dinero suelto. Sonia venía andando, a lo lejos, hacía mi, como un pájaro triste que va de nube en nube buscando dónde posarse.
- Espera. Tengo que sacar dinero -.
- ¿Y cuándo no?- dijo ella con una sonrisa.
Llegamos al bar y mientras hablábamos de hombres pedimos la primera cerveza para ella y el primer vino para mí. He vuelto a beber vino. Digo en sociedad. Lo dejé hace un año porque la fructosa de la uva da muy mala resaca. Pero siempre me gustó beber vino en compañía.
- Ahí está- dije yo.
- ¿Nos ha visto?- dijo ella bajito.
- No, si no nos hubiera saludado ¡digo yo!-.
Pagamos la entrada del concierto. Le dieron los dos tickets a ella mientras yo, lenta, sacaba el monedero. Debíamos guardar los papelitos creditícios por no sé qué sorteo que se haría en el concierto.
-¿Y ahora, cual le doy a ella?- le preguntó al chico de la puerta mientras zarandeaba los boletos en una mano y sujetaba la cazadora, el bolso y la bufanda en equilibrio en la otra.
Yo cogí rápido y sin mirar uno de ellos y le dediqué una sonrisa al muchacho. Cogimos buen sitio. El Juglar no es muy grande aunque si agradecido. Casi al principio algo a la derecha, por estar la izquierda ocupada de chicas riendo a carcajadas. Es genial que el escenario esté tan alto.
- ¿Dónde ponemos las copas?-
Yo cuelgo mi cazadora de pelo (sintético) "la orangutana", de nombre, en uno de los percheros mientras ella vuelve a hacer equilibrios con sus delicadas manos. Luego yo sujeto la cerveza y el vino y todo solucionado. Comienza el concierto.
Julián siempre consigue que yo vuelva a mi más tierna infancia. A la de esa noche en el balcón. A la infancia del: tú la llevas!. A la de aventuras buscando lagartijas y en la que las pompas de jabón son el reflejo de mundos paralelos y los rayos y truenos son las conversaciones entre nubes que no acaban de entenderse y pronuncian las palabras alto y claro. Es un espectáculo ver al Bozzo, ese mismo Julián de nombre, manejando a su robotina, con la cara pintada y su mirada de niño travieso. Ese Peter Pan sin síndromes, por que a él parece gustarle hacerse mayor, de hecho lo disfruta como un niño. Llama a la bandada.
Llegan en un rumor de pelucas y cascabeles, todos los músicos al escenario. Él habla como en un cuento y llama también al primer boleto, entrada o ticket premiado en ese singular sorteo. No recuerdo bien el regalo pero junto a él una bolsa de globos en forma de corazón que el Bozzo instaba a compartir. Todos inflados saltaban por encima de nuestras cabezas. Todos éramos niños locos. Otra canción. Yo bom, bom, tú ven, ven. Bailábamos desaforados. Ahora con un dedo! Con la mano! Con la muñeca! Con el codo! Con tooodoooo el cuerpo!. Yo respondía como lo hubiera hecho la niña de gafas rojas ante cualquier orden de Melchor. Más canciones. Otro número del sorteo, el 38.173.
- El mío! El mío!- Caminé sin creérmelo hacía el escenario.
Julián pronunció mi nombre y luego preguntó:
- ¿Cómo te llamas? ¿Qué tal? ¿Tienes novio?- era un presentador de circo, le faltaba una chistera y un traje rojo.
Yo contesté:
- No. Na... No, a todo- por sí acaso.
- Ten cuidado que hay un regalo muuuy chungo- me decían los músicos desenfundados de pelucas ya.
Mientras, Julián llamaba a otro número del sorteo. Yo pensaba que seguro que me tocaba a mi el premio chungo, pero también pensaba en cómo podría ser un premio chungo sí lo había preparado Julián. Al fin metimos la mano en la masa, digo en la bolsa y yo saqué un paquete cuadrado. Enseguida Julián dijo:
- Ey! Ese mola mucho!-. Creo que me guiñó un ojo. Quizá no.
Lo desenvolví rompiendo el papel porque si no es como sí no valiera. Hay que ponerle ganas.
Si, molaba mucho.

Cuándo abrí la caja, aparté con mis manos blancas el papel de seda que cubría el regalo. Debí haberme imaginado algo. No. Yo entonces creía en imposibles, en la magia y en Melchor. Solté la caja de golpe y llorando a lágrima viva me fui corriendo a la habitación, desconsolada mientras escuchaba una risita burlona y las palabras de mi abuelo resonando en mi cabeza. Te traerá carbón. A las niñas malas les traen carbón. Y a sido Melchor.
Yo lloraba y lloraba. Casi no podía coger aire. Los sollozos eran más la falta de aire que una desesperada búsqueda de él. Mi madre me acariciaba el pelo, mientras desde la habitación miraba a mi abuelo indignada. Mi abuelo ya no reía. Sólo era una broma. Quería gastarle una broma a la niña. Era tan inocente como una broma. Yo había sido buena, lo sabía. Pero ¿Cómo Melchor me había hecho esto? ¿Como pudo?. Cuando se me pasó, me convencieron para que mirara en el fondo de la caja. También me convencieron diciéndome que lo de las ascuas apagadas en la caja había sido cosa de mi abuelo, que me quiso gastar una broma y que él dinero que estas guardaban era el verdadero regalo de Melchor. Yo sabía que algo no me debía creer de aquello. Había sido demasiado cruel. Mis manos negras, bajo el grifo de agua helada se pusieron, después del jabón, moradas por la temperatura. Perdoné a mi abuelo porque entonces ya sabía que no era un abuelo corriente. Pero nunca, nunca más volví a creer en Melchor. Él si me había traicionado.

Desde entonces, primero Baltasar, y después con el tiempo y algo más de edad, Gaspar, ocuparon el lugar de ese primer rey mago en el que creí con todas mis fuerzas. Entonces mis fuerzas eran bastante menos quebrantables que ahora. Gaspar me da una credibilidad extraña y confortable. Hace mucho que no les escribo cartas e incluso he intentado que su llegada no supusiera mucho alboroto, sobre todo este año que las Navidades no me han causado ninguna ilusión, pero Gaspar ha respondido (quizá por orden o petición de ese Melchor travieso que me ve desde quién sabe donde).
Decía que cuando desenvolví el regalo en lo alto del escenario pensaba que sería el chungo. Pero no. Era un regalo estupendo. Un yo-yo. Pero no uno cualquiera, este, además de las cualidades propias de un objeto de esas características, emitía unos mono-tonos estridentes y al girar se le encendían en los costados unas luces rojas.
(Japiberdeituyuuuu bis, Oh my darling Clementine)
Era un sensible yo-yo que al rozarle apenas un poco comenzaba a entonar sus chillonas melodías. Hasta el punto de que, en un silencio entre canción y canción, Julián preguntó extrañado por el origen del fatídico sonidito, mientras que yo roja de vergüenza y con mirada pícara, levantaba el artefacto en una mano para que todos vieran que casi, casi, tenía vida propia.
Cuando acabó el concierto abracé al Bozzo y le dije:
- Sabes que tienes una cita ¿no?. El recital *-
- Si- dijo él- y tengo muchas ganas además, lo prepararemos en febrero. ¿Te ha gustado el yo-yo?- me preguntó.
- Mucho, aunque... mmm espero que no sea una premonición acerca de como será este año. Quiero decir "yo...yo". Sólo yo.- dije sonriendo.
- No, mujer. Seguro que será yo-yo, yo-tú, tú-yo, tú-tú jajaja!-
Yo me reí como una niña y seguí balanceando y bailando mi yo-yo segura de que no sería nada premonitorio, sino sólo el preludio de una bonita amistad.

Cuándo llegué a casa la reina más maja, que es en la que en realidad creo, mi madre, me tenía los regalitos envueltos y repartidos por la habitación. Luego por la mañana roscón y chocolate. Y a visitar a mis tíos, para los que aún soy una niña a la que regalar.
Este año se han portado de lo lindo. Los reyes magos más musicales de mi vida. Dos cuadernos, seis cd's que en realidad son ocho y tres dvd's. Tontxu, Víctor Manuel, Silvio Rodríguez, Amancio Prada, Hilario Camacho e Ismael Serrano con su Lugar Soñado, mi (si, mi) Peumayén. Y alguna que otra zarandaja preciosa.

Los regalos no dan la felicidad. Pero mi gente, los recuerdos, y la música son imprescindibles para que me dé cuenta lo feliz que me hace vivir (si Kike, a mí también).

Nares Montero.
* El Recital: será un acontecimiento sin par que tendrá lugar el próximo 1 de Marzo en el que la que aquí escribe intentará que, los asistentes al evento, pasen una tarde de domingo llena de poesía (propia, o sea mía). Pero de eso ya hablaré más adelante. No nos precipitemos.
Nota: El primer vínculo de julián es su blog (un poquito abandonado pero merece la pena leer lo escrito) y el segundo link, el de Bozzo, es el de su myspace donde podeis escuchar su música. Visitad el myspace del Bozzo que es mi regalito de reyes.

3 comentarios:

trovador errante dijo...

Hola niña roja,

Me hace feliz leerte feliz y de que te lo haga la vida.

Yo recuerdo aquellas pelis de super 8 que grababa mi padre de la mañana de Reyes. Sin sonido las originales. Los caretos de aquellos dos nenes que fuimos mi hermanita y yo no tienen desperdicio.

Las pasé todas a dvd y ese fue mi regalo de Reyes para los papis allá por el 2003 debío ser.

Me curré una portada con reducciones de foto en blanco y negro de las históricas de la familia.

Ya irás informndo sobre el recital. Ese mismo día andaré corriendo 21 km. y poco con buenos amigos.

Un beso de niño abriendo regalos

AROAMD dijo...

Hola Nares, ayer mismo Julián me habló de tí. Y yo le dije que sí, que te conocía.
A Julián me unen coordenadas ya inevitables: yo también soy torresana aunque haga tiempo que, como él y como todos, ya no pisemos sus calles. Julián, el Bozzo, compartió conmigo, aunque yo no llegué a pisar la tabla, un momento muy especial en un escenario, ya hace años de aquel viajero. Pero sé que los dos lo llevamos muy dentro. Fue mucho antes de que volara con otra bandada.
En fin.
Me alegro de haber encontrado tu blog, por el que ahora mismo voy a bucear. Y la conexión bozzo.
Un abrazo,
Aroa

Jose Zúñiga dijo...

Pues mira, ya me contenté el día leyendo esto. Ah, la conexxión Bozzo tiene su miga, algún día hablaremos de cómo nos trompicamos uno a otro con palabras y gaviotas.