martes, 13 de enero de 2009

Algo huele a podrido en Dinamarca


A veces las tragedias no terminan en muerte.
No sé dónde escuché una vez que todos estamos hechos de muchas tragedias. Pequeñas tragedias cotidianas. Tristes tragedias. Desgarradoras. Frustrantes. Desángeladas. Incluso tragicomedias. Pero eso es al final. El humor aparece cuando no quedan fuerzas para llorar, ni una lágrima más, o cuando sólo quedan fuerzas para insultar y arrancarte a puñetazos con un pecho cualquiera (o no cualquiera) a lo Escarlata Ohara.
Cuándo pienso en mis tragedias, nunca viene a la mente en primera instancia las notas más amargas de la vida.
La boca sabe a hambre, los dedos se enfrían y el cuerpo y el cuarto se arrugan en un dolor de espalda interminable.
Existen tragedias microscópicas. La célula nada en un plasma que no pertenece a si misma. Y se descompone de a poco hasta desaparecer en ese viscoso mundo que la tiñe sin permiso. Ya no existe. Fatídica fagocitosis. Abrazo letal.
Existen tragedias zoológicas. El cachorro dejó de mamar dos días antes de que la madre muriera. El perro exausto se despidió, con las encías blancas, en un último salto de alegría. Aguarda mi bien que esto pasa, y pasó.
Existen tragedias itinerantes. La estación y su neblina cinematográfica. Un abrigo azul y un abrazo. Uno se lleva el olor de su pelo y la maleta. Otro se queda. Se queda.
Existen tragedias de estirpe. Una repetición, un bucle de sucesos congénitos. La distancia acerca las raices de las que huía. No volveré. No volvió. Se convirtió en progenitor repetido. Abúlico y cascarrabias. Sólo. Se convirtió en lo que más odiaba.

Existen tantas tragedias...

Una nostalgia bulímica, engulle el deseo de la caricia sabiendo que después, en un rato, apenas te des cuenta (no te des la vuelta!) tirará suave de la cadena para perderte de vista para siempre.
Hay quién colecciona sueños o cromos. Hay quién guarda todo como una reliquia. Hay quién se desprende hasta de su sombra por no reconocerse en ningún reflejo. Yo colecciono noes de colores. Atrevidos, irrespetuosos, melancólicos, cobardes, amarillos, verdes, rojos. Yo colecciono derrotas y heridas. Nada mortal. Apenas rasguños que no dejan cicacriz ni despedida.
Una tragedia puede ser una visita o su falta.
Lo noto en la boca, me sabe a hambre, las puntas de los dedos se enfrían y el dolor de espalda arruga mi habitación y sus reliquias.


Nares Montero






Imagen: Castillo de Kronborg en Dinamarca, salón de baile.
Castillo que inspiró a Shakespeare su obra "Hamlet".

4 comentarios:

Pedro de Mingo dijo...

Mademoiselle Montero,
cuando se va a comprar usted una guitarra?
Yo puedo presentarle acordes

trovador errante dijo...

Te leí muy lentamente dos veces.

No me doy la vuelta.

No es coleccionar nada. Ni tirarlo todo. Es vivir el momento y sus necesidades. La aceptación del presente.

Me encanta leerte de la cabeza a los pies y de fuera hacia dentro.

Besos presentes y eternos que huelen a vainilla

__ dijo...

Soy muy afortunado porque las únicas tragedias de mi vida han sido las oportunidades perdidas y, como tales, nunca llegaron a existir, nunca llegaron a ser, son tragedias de melancolía, sólo melancolía.

Besos para la segunda "loneliest girl in the world", la primera ya sabía quien era....Ignacio

Unknown dijo...

Querida Nares,
Los "noes" coleccionados no son más que la suma de una experiencia que provocará que el "sí" tan ansiado y tan esperando, se saboree con más delicadeza y satisfacción. Las pequeñas tragedias nos hacen más fuertes.
Ánimo!
Un abrazo,
Oihana