miércoles, 25 de noviembre de 2009

La distancia

Buenos días, Engranaje perfecto:

He llegado a trabajar hace un rato, creo que aún se confunden en mí ciertos efluvios y humos nocturnos, pero desde ayer por la tarde llevo pensando en escribirte. De hecho te he conjurado de alguna manera desde ese momento varias veces en pocas horas. No pienses mal. Que a mi lo del amor no se me da muy bien en estos tiempos.
El caso es que el lunes no fue un gran día, la noche mejoró considerablemente las cosas, pero no fue un buen día. El tedio del trabajo y una ansiedad que se me alojó en algún lugar entre el corazón (o lo que queda de él) y el esternón, no me dejaron en paz ni un minuto. Salí a las seis de la oficina como alma que lleva el diablo y no sabía dónde meterme. Hice un par de llamadas con la desesperada intención de un rescate, pero no contestó nadie al otro lado del auricular salvo la socia capitalista que me dio un plano de situación y me guió hacia donde tenía que ir entre la ceguera de no poder respirar. A veces me pasa lo de la ansiedad, y poca cosa me calma. El caso es que andando, ya sin el teléfono en la oreja, pasé por una calle del centro que tiene muchos microclimas y submundos entre sus portales y en una de esas me metí como por arte de birlibirloque en una librería que me llamaba a gritos (mila-gritos) desde la otra acera. Hay que decir que además es una de las más deliciosas librerías de Madrid. Pues ahí en ese minúsculo reducto de coherencia y sentido, que sólo saben darle las palabras y los libros a la vida, recuperé un poco todo ese aire perdido. Curioseé por las estanterías y en un momento en el que me quedé sola con el dependiente me decidí a pedir lo que necesitaba, le dije:
-Te va a sonar extraño, ya sé que esto no es una farmacia pero… necesito un libro que me calme, y es urgente porque el suelo comienza a agrietarse debajo de mis pies.
El librero me miró, se tocó un momento la barbilla y dijo algo así como:
-A ver que tengo por aquí.
Pronto empezó una danza, entre derviche y vals, de un lado para otro sacando libros de las estanterías u ocultos bajo otros en los expositores. Y explicando de cada uno de ellos su posología completa. Ante mi estupefacción decidió poner una silla ahí, en un rincón, y pedirme que me sentara y leyera un relato de uno de los libros seleccionados para ver los primeros minutos de evolución tras el diagnóstico, el relato se llamaba “ La revolución” (muy propio). Mano de santo. Después de algunas dudas decidí llevarme dos libros y ahí es donde entras tú, o tu recuerdo. Casi no podía esperar a encontrar un hueco en algún bar cercano para empezar con el tratamiento. Me sentía desfallecer y sabía que lo único que podría aliviarme eran esas páginas plagadas de símbolos curativos.
El primero lo he leído en ratos y ayer martes, demasiado pronto, lo terminé. Ese es el momento exacto en el que supe cual sería tu regalo. Cristalino. Me duchaba y arreglaba para otra noche entre cristales y falso glamour. La socia capitalista leía en voz alta, obligada, algunos retazos del libro, que yo vitoreaba desde el baño y a la vez me sorprendía pensando en la buenísima idea de regalarte algo tan apropiado mientras me pintaba los ojos. Como puedes imaginar ahora no se me ocurre ni de broma entrar en detalles acerca del presente. Aunque confío que te guste y logre sacar algo de tiempo para enviarlo cuando antes. Ayer era un concierto en uno de los bares habituales, sólo que era un concierto reducido y de alguna manera exclusivo, sólo para algunos de los fans más rápidos. Yo no soy (muy) fan y por supuesto no soy nada rápida, pero estaba donde debía en el momento justo unos días antes y me hice con una entrada casi por casualidad. Hubo un momento que el cantante dijo que permitiría hacer peticiones siempre y cuando la persona diera una razón concreta e importante para tal petición.
Yo hable.
Dije el título de la canción y él pidió la razón.
De mi boca salió lo siguiente: 4214 Kilómetros.
Él cantó la canción.
A veces las cifras son contundentes.

Es cierto que yo cantaba y reía un poco entre dientes porque todo el mundo se imaginaba un amor remoto y yo sabía, a ciencia cierta, que era otra cosa. Quizá algo más importante.

Besazos
N
(basado en hechos reales y con el beneplácito de Engranaje perfecto para publicarlo a la vista de todos los que tengan ojos y quieran ver)

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