nunca la miro a los ojos cuando él murió sentí lástima algo que llegué a confundir con ternura
en el tanatorio ocupaba un sillón en el que cabían tres como ella no llegaba a reflejarse en el cristal no era siquiera pequeña casi no se la veía
y suspiraba sin ritmo auto-convenciéndose
creo que esa ocasión fue la última vez que la miré a los ojos tenía el pañuelo cosido a la mano derecha siempre con él se enjuga las misas los responsos, los rosarios y el rostro como si todo fuera lo mismo como si todo se convirtiera en algo estrechamente parecido
no sé si era la primera vez que lloraba pero era un llanto tan habitual tan sin lustre que parecía que había estado ensayándolo siempre practicando la agonía toda su vida
no sé porqué no puedo mirarla a los ojos: quizá porque ese día no le llegó la libertad (como esperábamos) ni al cuello de la camisa quizá porque con su rictus consiguió una vez más que tampoco le llegara a esa hija que nunca fue suya ni a esta nieta de quita y pon ya sólo por navidad quizá por su mirada de eterna sospecha sus gestos rígidos y sin piel sus escasas palabras malencaradas o esa culpa que escupe silenciosa.
nunca a los ojos por si arde el resentimiento por si un tropiezo un espanto una lástima que pueda confundir otra vez con ternura o con vergüenza
Lo que ahora sigue me lo dedicó "Zuñi" en un arranque de cariño y yo me siento tan orgullosa que no puedo dejar de ponerlos aquí. Como si pusiera un Rembrant en la nevera, esta nevera que sonrie tibia bajo sus versos.
POEMA A MARES
A mares, mujer de los zapatos y los labios, a mares rojos, abiertos en canal, a mares dejo mi palabra en su boca, mis voces en la suya, mi cabeza en sus dedos.
A sangre, a la primera sangre se hizo el duelo, mis libros exteriores fueron peces de colorines bailando en la pecera, mi corazón sangraba dulces gotas de leche.
A muerte, me abandoné en la escala de los sueños que eran mis propios versos renacidos. Nuevo sonido que penetró mis venas, que se hizo nuevamente, que trasmutó el ardor.
A Nares le debo todo esto y algo más: lo que me escribe ahora, en el sosiego de este diciembre que ya empieza a nevarse con los versos que un día recitará por mí.
Supera los límites de lo estrictamente necesario se torrencialmente eléctrico conciso, seguro Mortal
Y después ven conmigo a vestirte en público Reivindiquemos que nuestro exhibicionismo de caracola de látigo de beoda lujuria no tiene nudos marineros ni corbatas
al calor de los robles escarchados a los pies descalzos en el camino de grava a la recia sutileza castellana de montañas arcillosas y eternas encinas
al frío más sano el de la familia a los recuerdos de una infancia cosida con los retales que fueron sobrando a abuelos muertos primos lejanos tíos huérfanos de madre, soltera.
Me voy
a esconderme entre la lana virgen de un cielo preñado de calostros de huevos pardos del corral abandonado donde se esconden los gatos que no se reconocen en tus pupilas de urbe
al colchón de musgo y al alto de la leña donde me sobran Tú .tus tejados Tú .tus quinielas Tú .tus señales Tú .tu memoria
y esta filantropía rabiosa de pretenderte en noches de neón en garitos vacuos y copas vacías en carreteras de niebla pasos de peatones coches tuneados camas en pensiones donde me como las sobras de la cena
Me voy
a buscarme en los capachos aplastados del desván en los radios torcidos de la bicicleta en las cántaras que colman telarañas en la boina apolillada nido de gurriatos y en el tiempo rancio que nadie cronometra.
Ocurre que los hombres como vosotros, en días como estos, de noches singulares, necesitáis una camarera cariátide aliada de sueños persas y condenada en su entablamento. Con un escote-precipicio lleno de tiempo para escuchar cuando, venidos abajo por otra mala mujer, os ausentáis en los hielos que desechó el borracho del final de la barra y paladeáis palabras como si de verdad fuerais a decir algo, importante, y nunca decís nada.
Ocurre, hombres como vosotros, hambrientos, en días como estos (que pueden ser cualquier noche) preferís la frontera no traspasable de un bar mugriento, donde abrillanten con ginebra vuestras manos de madera, que tocar las lindas lindes de una mujer de carne y huesos.
Hombres como vosotros en noches sin días que sumen más noches esquiváis las esquinas no sin provocar cierta gracia a los gatos y vendéis vuestra alma en callejones a quien por vendetta quiera dar una estocada (no siempre a derechas).
Hombres, vosotros en esa ceguera propia que os da la experiencia técnica de la luz turmalina solo sabéis andar si es heridos en estos días.
La vida se va al carajo los ahorros esta pared llena de moho que nos resguarda
Nunca abras la puerta al desconocido a ese que busca el pulso en el grito
al silencio que se queda entre las grietas de la tarima carcomida que pisamos nunca abras la puerta
Y si la abres en la inconsciencia de la hora de la siesta mientras tu madre dormita en el sofá
Si la abres sin preguntas y esperas a papa noel los reyes magos el cartero la vecina cómplice que te da galletas la viva esperanza que estrecha tu pecho
Si la abres No llores porque no te lo advirtieron.
A pesar del ruidoso ajetreo reinante en el departamento de contabilidad de esta empresa situada en el barrio de salamanca, en la quinta planta del sector interior, en la segunda mesa o la tercera, según de donde se venga, de la segunda fila, casi, casi en el centro de esta pecera asfixiante, se ha creado una burbuja que guarda el tiempo y el aire que atesoró, como una hormiga, su habitante, discreta y callada. Ahora no la inundan los papeles, los sortea o los tira por las ventanas como panfletos, propaganda o confeti, y disimula en su silencio una sonrisa tramposa de “ya acabé” o “hasta aquí lo que se daba”. Aún tiene que aguantar unas horas a que el candado del reloj deje abrir la puerta al viernes y a la luz natural, y te escribe, y escribe, desde una esperanza creada a base de impulsos, de pequeños ticktequeos y algún que otro estornudo traidor:
Cuando llegué ayer a ese hogar-epicentro que llamamos Libertad 8 estaba desierto. Quiero decir sin nadie. Del suelo nacían las sillas como cactus y la excepción se escondía y trasteaba con botellas como un jerbo egipcio trastea las dunas en la noche. - Julián! Julián! Ponme una cerveza, ¿Cómo es que no hay nadie? ¿Es aquí el recital? ¿Me habré confundido yo de tarde? Al cabo llegaron dos personas despistadas y las sillas volvieron a su estado natural, como si nunca hubieran sido un oasis, después el protagonista de la tarde, Jose Luis Zuñiga, azorado y con un desasosiego en la manga izquierda de la chaqueta que le instaba a hacerlo todo raudo y a la vez y repitiendo: Menudo atasco! Y qué cabreo! Menudo atasco! Se veía casi como Visnú, la diosa omnipresente hindú, con tanto brazo sin saber que hacer con ellos. Presentaba, a pesar de tanta prisa, a tiempo, su libro “Tiempo a destiempo”. Y su María Pasión danzaba entre la gente saludando entusiasmada con esas manos de dar rienda suelta a los abrazos. Como ya te comenté Zuñi (a partir de ahora) me había pedido a mano armada, como después él mismo dijo, que le recitara unos poemas. En dos semanas, dos veces, dos poemas cada vez, mismo escenario y modelito, quizá no es casualidad. Sospecho que ese escenario siempre me hará temblar. Zuñi soberbio, como un trino que canta en una pajarera gigante labrada a mano. Una artesanía perfecta con ese resquicio al miedo y a lo ácido, al humor amargo de un gin tónic. Hablamos lo que pudimos después. Después nunca es suficiente, pero a veces ay! A veces.
Había quedado con Antuán, eso también lo sabes, pero se nos sumó alguien interesante que no nos dejó hablar demasiado, pero tradujo la historia a un tiempo cercano y hablaba él, interesante él, hablaba y hablaba, tanto como un pez sediento. Al tiempo nos escapábamos, sin perder ripio a nuestro nuevo amigo, por supuesto, por turnos primero Antuán, después yo a escuchar el concierto de Fede Comín y Elena Bugedo (BBC y los minicomponentes) que son exquisitamente tiernos y sensibles. Sus canciones, son como un delicado baile infantil, un juego en susurros, y a ti que sonríes como el paso de los pajaritos y eres una milonga esponjosa seguro que te gustarían.
En esas andábamos cuando por la puerta apareció ese hombre que aún no sabe que soy la mujer de su vida. Tiene muchas virtudes pero su defecto más evidente es no saber, no saber, que soy yo y no otra, la mujer de su vida. Disimulé con tanta maestría que hay quién diría que anoche ese pudo ser mi oficio. Entró, echó un vistazo a la sala y volvió a la barra con un séquito de faunos que era toda una fauna, salvaje y desbocada. Al volver, nos miramos como de lado, indigentes. Yo pensando que no me reconocería y él… qué se yo que estaría él pensando… y qué me importa!. Con un rápido movimiento de cabeza volvió a mirarme como cerciorándose que efectivamente, era yo, era yo y no otra, y me saludó tímido con un “Hola ¿Qué tal estás?” y dos besos. Dos besos, que yo de muy buen grado hubiera transformado en uno, si no fuera porque en estos tiempos no quiero ir de ese palo y prefiero jugar a la distancia de una copa de vino. Se colocó de espaldas, estoy convencida que a propósito, nocturnidad y alevosía, aunque mi agravante es aún peor: facilidad “ilusionante”, crear cuentos y ponzoñas fantasiosas. De vez en cuando volvía la cabeza como quién busca en su hombro un hormiguero o un copo de nieve y yo sabía (quería saber) que me observaba desde su nuca bien perfilada, su cuello subido, la comisura de su boca. Hubo un momento en que intercambié mi pseudo-tarjeta de contacto con el interesante pez hablador y tuve que decir mi nombre en alto para especificar que un dato faltaba en el trozo de cartón. En ese momento ocurrió. Nada nuevo ni perfecto, nada relevante o selecto. Fue sólo un gesto de esos imperceptibles pero significativos. Con el gesto, subrayó mi nombre, corroboró sus datos mentales, miró de soslayo travieso, confirmando esos comentarios sueltos que voy dejando en su diario. Después, no paso mucho más, alguna que otra mirada parecida, un deslizamiento sutil para quedar frente a mí en vez de espaldas y alguna que otra fantasía que me inventaba ilusionada. Al irme no me despedí, aproveché un momento en que revisaba la trastienda del local, no fuera a sospechar que ando enamorada. Nada más lejos de la realidad!
Ahora te dejo, porque lo demás fue dormir y callar y espero verte pronto y poder decirte tantas cosas… que aún no he mencionado.
Los crucifijos parecían suspenderse en el aire en un ahogo.
Cuando se deslizaba la custodia a su oración dominical todas disimulaban el sueño, fingían ronquidos, respiraciones profundas como de bosque.
Algunas más pequeñas miraban entre la tibia oscuridad de las luces de emergencia, muy quietas el Cristo
que no daba sensación de amparo, muy quietas.
La Morena trampeaba. Sus puntillas eran famosas muestras de discreción. Con aviesa mirada levantaba el toque de queda perfeccionamiento sibilino, maldad sutil bien aprendida. Entonces se dirigía hacia la cama mueble con ademán de enterrador levantaba la patas 45 grados.
La niña recostada de espaldas giraba entonces sobre su eje y muchas veces se imaginó un abismo de salvación en el hueco, funerario. Lo que venía era peor. Sabía sin saber de hipérboles aún que sus manos se trenzaban rubias, sus piernas tornaban duras y marmóreas, su llanto ahogado y en suspenso como una charca verde, y el temblor difuso en la inclinación no eran la mejor defensa,
ni las flechas que evaporaba su boca, ni el ardor de las mejillas de fuego ni el pijama recién lavado y puesto.
-Viene la peque - decía - recién nacida de casa, veamos que nos trae de regalo ahí debajo de la bragas.
El Cristo no respondía era una estalactita sempiterna y muda.
Entonces la niña se vaciaba de líquidos mientras poco a poco el algodón le frotaba los muslos y las manos de nieve tapaban su boca.
Una risa floja de estiércol se clavaba en sus oídos y las retinas se volvían cruces.
Sucia - decía La Morena- niña sucia.
La custodia volvía a la hora de siempre, a las 11 o las 12 post meridian, oía el rumor fluorescente de las luces de emergencia, repasaba minuciosa los cuartos, cubría destapadas criaturas limpias y giraba la cabeza cuando sentía un temblor lejano de ramas crujiendo de noche en vela. Nada veía.
Ahora, (que ya no es niña) en los días en los que se ducha 6 veces y conoce alambradas y valles, desiertos derroches, la identidad de la mentira la inexistencia de custodios y ángeles, y su piel tiembla agrietada de agua, y grita: niña sucia, niña sucia, hasta sangrar de memoria