Los crucifijos parecían suspenderse en el aire en un ahogo.
Cuando se deslizaba la custodia a su oración dominical
todas disimulaban el sueño, fingían ronquidos,
respiraciones profundas como de bosque.
Algunas más pequeñas
miraban entre la tibia oscuridad de las
luces de emergencia, muy quietas
el Cristo
que no daba sensación de amparo,
muy quietas.
La Morena trampeaba.
Sus puntillas eran famosas muestras de discreción.
Con aviesa mirada
levantaba el toque de queda
perfeccionamiento sibilino, maldad sutil bien aprendida.
Entonces se dirigía hacia la cama mueble
con ademán de enterrador
levantaba la patas
45 grados.
La niña recostada de espaldas
giraba entonces sobre su eje y
muchas veces
se imaginó un abismo de salvación
en el hueco, funerario.
Lo que venía era peor.
Sabía sin saber de hipérboles aún
que sus manos se trenzaban rubias,
sus piernas tornaban duras y marmóreas,
su llanto ahogado y en suspenso como una charca verde,
y el temblor difuso en la inclinación
no eran la mejor defensa,
ni las flechas que evaporaba su boca,
ni el ardor de las mejillas de fuego
ni el pijama recién lavado y puesto.
-Viene la peque - decía - recién nacida de casa,
veamos que nos trae de regalo ahí debajo de la bragas.
El Cristo no respondía
era una estalactita sempiterna y muda.
Entonces la niña se vaciaba de líquidos mientras poco
a poco
el algodón le frotaba los muslos y las manos de nieve tapaban
su boca.
Una risa floja de estiércol se clavaba en sus oídos
y las retinas se volvían cruces.
Sucia - decía La Morena- niña sucia.
La custodia volvía a la hora de siempre,
a las 11 o las 12 post meridian,
oía el rumor fluorescente de
las luces de emergencia,
repasaba minuciosa los cuartos,
cubría destapadas criaturas limpias y giraba la cabeza
cuando sentía un temblor lejano de ramas crujiendo
de noche en vela. Nada veía.
Ahora,
(que ya no es niña)
en los días en los que se ducha 6 veces y conoce
alambradas y valles, desiertos derroches, la identidad de la mentira
la inexistencia de custodios y ángeles,
y su piel tiembla agrietada de agua, y grita:
niña sucia,
niña sucia,
hasta sangrar de memoria
hace poemas como este.
Cuando se deslizaba la custodia a su oración dominical
todas disimulaban el sueño, fingían ronquidos,
respiraciones profundas como de bosque.
Algunas más pequeñas
miraban entre la tibia oscuridad de las
luces de emergencia, muy quietas
el Cristo
que no daba sensación de amparo,
muy quietas.
La Morena trampeaba.
Sus puntillas eran famosas muestras de discreción.
Con aviesa mirada
levantaba el toque de queda
perfeccionamiento sibilino, maldad sutil bien aprendida.
Entonces se dirigía hacia la cama mueble
con ademán de enterrador
levantaba la patas
45 grados.
La niña recostada de espaldas
giraba entonces sobre su eje y
muchas veces
se imaginó un abismo de salvación
en el hueco, funerario.
Lo que venía era peor.
Sabía sin saber de hipérboles aún
que sus manos se trenzaban rubias,
sus piernas tornaban duras y marmóreas,
su llanto ahogado y en suspenso como una charca verde,
y el temblor difuso en la inclinación
no eran la mejor defensa,
ni las flechas que evaporaba su boca,
ni el ardor de las mejillas de fuego
ni el pijama recién lavado y puesto.
-Viene la peque - decía - recién nacida de casa,
veamos que nos trae de regalo ahí debajo de la bragas.
El Cristo no respondía
era una estalactita sempiterna y muda.
Entonces la niña se vaciaba de líquidos mientras poco
a poco
el algodón le frotaba los muslos y las manos de nieve tapaban
su boca.
Una risa floja de estiércol se clavaba en sus oídos
y las retinas se volvían cruces.
Sucia - decía La Morena- niña sucia.
La custodia volvía a la hora de siempre,
a las 11 o las 12 post meridian,
oía el rumor fluorescente de
las luces de emergencia,
repasaba minuciosa los cuartos,
cubría destapadas criaturas limpias y giraba la cabeza
cuando sentía un temblor lejano de ramas crujiendo
de noche en vela. Nada veía.
Ahora,
(que ya no es niña)
en los días en los que se ducha 6 veces y conoce
alambradas y valles, desiertos derroches, la identidad de la mentira
la inexistencia de custodios y ángeles,
y su piel tiembla agrietada de agua, y grita:
niña sucia,
niña sucia,
hasta sangrar de memoria
hace poemas como este.
Nares Montero
1 comentario:
lo infantilmente eterno mezclado con el fin de los días da miedo...
(gracias)
besos
K
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