domingo, 12 de septiembre de 2010

Nada

En el fondo veo una mujer de alambre. Se suspende, en vilo, y tiene la cabeza ladeada. Nada la sujeta. No hay apoyo, sólo lágrimas que caen, como oxido naranja. Entonces el viento pasa por su cuerpo metálico y ella no sonríe. Su manos retorcidas buscan la perspectiva profunda. La línea correcta, recta, y no los afluentes engañosos del presente. El desembocar a un sentido natural. No hay nada a su alrededor y desespera y se estira sin conseguir asirse, sin conseguir alcanzar ningún punto de apoyo. Así es la disnea, el agobio, la sórdida angustia. Un vasto erial lóbrego, yermo.
Ella quiere embarazarse y comer helados de fresa. Quiere conocer los recodos de otro cuerpo, recorrerlo. Quiere un silencio de conocimiento y una colcha de pachwork. Imagina también un lago calmo y frío fuera. Recostar su cuerpo en otro hombro, en un tiempo más preciso y ralentizado por gusto. En realidad, en la suya de objeto flotante, es inutil el sueño en un segundo, nada duerme en su tensión de equilibrista. Conoce sin resistencia la mentira del embarazo, las colchas y los lagos como espejismos y sin deseo. Sabe del handicap de su cuerpo de espino. Si al menos hubiera un lugar, pero es cierto que no hay sitio real o inventado que la albergue, que la colme, que pueda ocupar como pieza de puzzle. Nada de lo que piensa es digno. Nada decisivo, soberbio, esclarecedor. Esa soy por dentro, ni molde ni fin.

Nares Montero
Foto: Pedrezuela 2010. Nares Montero

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