
con las sandalias atadas a los pies como un refugio
y escucho las bocinas de los coches a lo lejos y me confundo.
Qué lejos.
Me pierdo dócil entre montañas de adobe
que bien pudieran ser nidos de pájaros
o un desastre de aglutinamiento de paja y barro al sol.
Recuerdo quizá en algún momento
entre lámparas de cristal y faroles
que eres hombre de oficio, como artesano de luz,
y en la calle, que no es avenida, ni travesía, ni bulevar,
sólo nos vemos de noche, cuando mi gremio despierta.

mis pies aprietan el paso y quisieran volar o alzarse
y ver el horizonte donde pudieras estar y no.
Qué lejos.
El desierto me recuerda a ti como un salmo
repetido muchas veces en bajito, susurrándote,
lleno de polvo y espejismos de Gran vía,
o de ombligo o diana, y no soy certera, no tengo puntería.
Se acerca mi cuerpo a ti, ese recuerdo, y late como campana
o campaña perdida pero aun viva, deseosa de posibilidades.
Todo en mi es una súplica como un viento que silba amaneceres.

exonera, desde el azabache, marengo, plata, perla y blanco, mis cauces.
Suena la distancia que nos separa como un cencerro atado al cuello
de una vaca que se pierde entre las praderas y el crepúsculo.
Qué lejos.

Ando sonámbula honduras y llanuras,
quizá un reflejo de bosque animado,
o un haz diminuto que te señale la espalda.
La distancia es una duda en la que sólo quiero verte la cara.
Nares Montero
2 comentarios:
Veo que los has pasado bien, y lo más alucinante las bocinas, los continuos pitidos que dan vida a raudales a la ciudad.
Besos y suerte, Ignacio
Bonitas elipsis. Bonito poema.
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