martes, 21 de abril de 2009

Carbono 14

Estoy intentando poner en orden los recuerdos de los últimos días. Soy carne de Alzheimer, siempre lo digo. Demasiadas cosas, demasiadas sensaciones. Demasiadas.

Llevo días apretando las mandíbulas.
Me siento presa sin esclusa, o sin excusa.

Vi amanecer en el desierto hace años. Varios. Dos. Yo con una almohada en el desierto. Con los pies descalzos y medio enterrada. No caminé. Avanzaba el sol, lento, en una línea invisible de tiempo. Nunca supe cuanto. Qué de tiempo, qué de espacio, qué desierto.

Avanza sobre mi una vuelta, como un sol elíptico. Pero no es vuelta. Es revuelta. Es catarsis y recuerdo. Casualidad. No. Es certero el sol cuando avanza sobre el desierto. Causalidad sin causa y efecto. Te digo, y no miento, que andaba estática en el desierto.

Miro atrás y no parece tan lejos. Yo me ahogaba en los ojos del día y pedía auxilio las noches de invierno, que ya no eran invierno. Me aprendía rutas y escapadas con una memoria en garantía que ahora caduca y nadie redime, entiende o repara. Es absurdo ver como vuelan las palabras. Quien observa el cielo e intenta ver las letras, los signos y las formalidades, en un viaje peregrino, en un vuelo singular de plurales amorfos, come pan con pan, comida de tontos.

No me niego al circular pero no parece haber metas. Todo son comienzos. Quizá esta repetición, esta multiplicación de peticiones y vueltas, inicios sin pistoletazo de salida, sea el confluir hacia un mismo sitio. Punto de encuentro. Quizá esta elipse sea, del minotauro, laberinto. ¿Qué coordenadas me devolverán a un tú (que ahora es violento y deja marcas de dientes) o aun tú? Es decir que uno pasa de lo amable a lo grotesco, de la brisa al sórdido aliento, de la dicha al sufrimiento en un parapadear de ojos, en un errar los pasos, en un traspiés, en un silencio.

Yo no sé casi nada y me pregunto constantemente en este andar, vagar, nadar, ahogar en el desierto. Pero debe ser que no sé ni preguntar. Perdí la almohada blanca y ahora no reposo. Se agita el corazón como un jilguero capturado en un puño, como en el bozal el hocico de un perro o como un gato en una caja de cartón. Demasiado pequeña y sin agujeros. Se me van a salir, un día, los animales del pecho y quedarán mis huesos tirados en el desierto.
Vendrá un tsunami de arena y esconderá las partes más delicadas, redimiendo el falso cuerpo del tiempo. Será la brocha de un futuro arqueólogo la que descubra mi cráneo intacto. Se dirá entonces: Sabemos la fecha exacta en la que se extinguió un poeta.

Cuánta vanidad para un solo desierto.


Nares Montero


Foto: Amanecer en el desierto camino de Abu Simbel y lago Nasser, Egipto'07.

2 comentarios:

Edu dijo...

Yo hace ya años, tambien vi amanecer en el desierto, la sensacion que uno tiene es que la madrugada tambien tiene silencio. Un silencio que te envuelve y te hace pensar en la fragilidad del ser humano ante el medio no domesticado.
Un Saludo.

__ dijo...

¿Qué tú no sabes casi nada?
¡Amos anda....!
Muchos besos, Ignacio